No sabemos porqué el coronel Harénquez se hace llamar así, ni qué ejército le haya conferido ese grado. Pero todas las tardes lo vemos paseando por la plaza, sentado frente al kiosko saboreando un helado, por lo general metido en lo que parecen ser meditaciones muy profundas. Poca gente se atreve a perturbarlo con un saludo, pero él de repente se digna bajar de su olímpica nube e inclinar graciosamente la cabeza a modo de salutación. Vestido siempre de impecable traje de tres piezas, la leontina visible de un lado a otro del chaleco, y blandiendo su inseparable bastón con empuñadura de marfil, el coronel Harénquez parece un resabio de siglos pasados, de tiempos olvidados por la historia.
Pero sólo lo parece. En realidad, su mente es un caldero siempre en ebullición de nuevas ideas. Nadie que lo viera con su pinta de lagartijo porfiriano adivinaría en él a un entusiasta del progreso, a un promotor de las ciencias y del conocimiento contemporáneos y, entre otras cosas, al propietario del primer cibercafé instalado en nuestro pueblo. Él fue el inspirador del laboratorio de cómputo de la secundaria y, por ello, padrino de toda una generación de internautas. Sí, no han faltado las malas lenguas que lo acusan de haber hecho negocio vendiendo computadoras a la escuela y de fomentar en los chamacos la adicción al chat misma que él aprovecha en su negocio, pero se trata de los mismos envidiosos de siempre, de aquellos que hace algunos años criticaron también la instalación del alumbrado público, dizque porque iba a “fomentar la inmoralidad, pues la gente va a andar a deshoras por las calles”.
Muy poco se conoce de la vida personal del coronel Harénquez. Se le supone viudo por la corbata negra que siempre usa; otros aseguran que es divorciado y que su ex esposa es una “actriz famosa”, sin que atinen a precisar su nombre. Quienes se precian de enterados hablan de un apasionado romance vivido con una boticaria de otro pueblo e interrumpido por la intervención de un torero español.
Hay otros dos misterios que envuelven al coronel Harénquez: su edad y su origen. Nadie puede precisar cuándo ni en qué condiciones llegó al pueblo. Algunos dicen que nunca llegó, pues es tan viejo que “ya estaba aquí cuando se fundó San José de las Tablas”. En efecto, el aspecto del coronel permite atribuirle una edad muy avanzada, rayando quizá en la centuria. El escaso pelo que le cubre el cráneo es totalmente blanco, así como el bigote que usa en punta. Tiene el rostro cubierto de arrugas y las manos cubiertas de manchas hepáticas. Sin embargo, en abierta contradicción con su aspecto, su actitud es totalmente juvenil, manifiesta una considerable fortaleza física al levantar la pesada cortina metálica de su local cada mañana y su andar es ágil y garboso. Es evidente que el bastón lo usa sólo como accesorio decorativo.
El coronel Harénquez es una persona de hábitos estrictos. Se levanta todos los días a las 5 de la mañana, saca a pasear a su perro a las 6, después de haberse bañado, vestido, acicalado y desayunado, y a las 7 en punto está abriendo la cortina de su local. El padre Julio comenta, entre burlas y veras, que suele ajustar la hora del reloj de la torre con el ruido que hace la cortina del Megaclic, pues el cibercafé del coronel Harénquez está situado enfrente de la iglesia.
Podría pensarse que la divergencia de sus respectivas ocupaciones haría del padre Julio y el coronel Harénquez grandes rivales o, al menos, contendientes en ardientes debates sobre el todo y la nada. Nada más alejado de la verdad. Los sábados por la tarde siempre se reúnen para jugar ajedrez, sea en la sacristía, sea en el Megaclic. Y en ocasiones han sido vistos comiendo juntos en la fonda de doña Meche, que los domingos siempre tiene mole de olla.